miércoles, 4 de febrero de 2009

De aromas y calzado


Se que una confesión como la que sigue puede hundir mi buena reputación (¿acaso la tengo?), pero lo cierto es que me viene al pelo para introducir un libro estupendo, así que optaré por hacer de tripas corazón y desanudar la lengua. Señores, señoras: me huelen los pies. Aunque intuyo su risa o mueca de espanto, les pido que disculpen lo directo de mis palabras pero no sé otra forma más apropiada de hacerles partícipes de mi grave problema. Quizá piensen que soy un guarro, digno de una pestilente pocilga, por lo que les conmino a cierta compasión. Sepan que lo he probado todo: una exhaustiva higiene, las plantillas de carbón activo, cientos de polvos milagrosos,… pero nada, todo es en vano, siguen oliendo los muy bellacos. Sé que me aconsejarán este u otro producto, que si he de airear los pinreles o frotar con uranio enriquecido el interior de los zapatos. Lo siento amigos/as míos/as, pero lo único que me queda por hacer es ir a venerar a la Virgen de Cortes y que por su obra y gracia, este hedor, insoportable y asociable, me abandone de una vez por todas y así erigir un castillo de fuegos pirotécnicos en honor de la Santa Madre, que no es poco. Hedores a un lado y sintiéndolo mucho, tenemos que continuar hablando de pies, puesto que el libro de hoy tiene por protagonistas a la prenda del vestir que los cubre, protege, los zapatos, concretamente Los zapatos de Munia. Y es que a los zapatos de Munia les sucede algo muy especial: están encogiendo sin saber porqué… Seguro que tú, seguidor/a, conoces a Munia, esa niña inocente, morena, de pelo corto, cuyas ocurrencias y correrías nos cuenta Asun Balzola a golpe de pincel y suaves aguadas. Y si no la conoces, ya sabes lo que tienes que hacer: anudar los cordones de tus zapatos y dirigirte a la biblioteca más cercana.

1 comentario:

Anónimo dijo...

No es pa tanto, chico. Todos tenemos un punto débil en la estructura. ;-) Lo bueno es saberser reir de ello. ¿No? ¿Quién es perfecto? ¿Quién es etéreo e incorpóreo? Gracias a dios, nadie. Me apunto la sugerencia del libro.
Ciao, Miriam