lunes, 21 de junio de 2010

El fin de un verano que no llega...


Auguran los partes meteorológicos que este va a ser el verano más caluroso de los que han atravesado estas latitudes y que, inexorablemente, arriban mañana las altas temperaturas a nuestro terruño. No creo ni una pizca de estas profecías, menos todavía cuando la climatología ha dejado por tierra al mismísimo refranero castellano, que de sabiduría rebosa un rato. ¡Ya no sé qué hacer con la cazadora! Si desterrarla en el fondo del ropero o cargar con ella todo el santo día… Lo más grave es que llevo tres semanas a pique de pillar un perrequeque con tanto ajetreo de vestimenta, y así uno no puede estudiar, corregir o planear psicodramas para todo tipo de alumnado. El mayor de los males es que no puedo hacer uso del abono mensual de la piscina, que el agua está que jode a semejantes inclemencias.
Por si acaso, he decidido, ponerle punto y final a este comienzo de verano, no sea que se largue como ha venido y nos deje con tres palmos de narices. Por todo esto y curándome en salud (no hay nada mejor que adelantarse a los designios del tiempo) les dejo que disfruten de este sol que amenaza con esconderse con El último día de verano, un álbum ilustrado de Cristina Pérez Navarro publicado en la colección Sopa de libros de la editorial Anaya y que me recomendó en su día la sempiterna bibliotecaria Encarnita, que además de coletazos veraniegos, nos habla de lo importante que es conservar la costa para legarla a los que queden, a los que vengan –cuña humorística: sean alemanes, ingleses o de las islas bálticas, el caso es que se dejen la guita, que falta nos hace-.
Y no se confíen: tápense durante la noche.

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