viernes, 26 de marzo de 2010

A Miguel Hernández (4)




Aferrarse a lo terrenal, ademán de meros mortales, entorpece los pasos de aquel que quiere andar sin nudos u otras impedimentas… Decidirse y atajar las ligaduras, dejar al cuerpo abrir un camino entre selvas, no es cosa de salvajes y fieras, sino también de hombres. Por ello, el poeta, en ese ratito de brisa que insufla la vida, entorna la portezuela y se derrama rima tras rima… por el monte, por la yerba tibia.



¿Cuándo aceptarás, yegua,

el rigor de la rienda?


¿Cuándo, pájaro pinto,

a picotazo limpio


romperás tiranías

de jaulas y de ligas,


que te hacen imposibles

los vuelos más insignes


y el árbol más oculto

para el amor más puro?


¿Cuándo serás, cometa,

para función de estrella,


libre por fin del hilo

cruel de otro albedrío?


¿Cuándo dejarás, árbol,

de sostener, buey manso,


el yugo que te imponen

climas, raíces, hombres,


para crecer atento

solo al silbo del cielo?


¿Cuándo, pájaro, yegua,

cuándo, cuando, cometa,


¡ay! ¿Cuándo, cuándo, árbol?

¡ay! ¿Cuándo, cuándo, cuándo?


Cuando mi cuerpo vague,

¡ay!,

asunto ya del aire.



Miguel Hernández.

El silbo de las ligaduras.

En: Me ha hecho poeta la vida.

Ilustraciones de Miguel Tanco.

2009. Madrid: SM.


miércoles, 24 de marzo de 2010

De naturaleza...



Siguiendo con el carrete del pasado lunes y bien decidido a no comentar las premisas que han hecho de oro a buitres como Al Gore, hoy le llega el turno a otro título (este para lectores algo formados y talluditos) que muchos consideran de claras convicciones ecologistas… Y sin más dilación, procederé a desgranar el universo de Richard Adams en La colina de Watership.
Considerado dentro de esa categoría que muchos frikis se empeñan en llamar “literatura peligrosa” (todavía no conozco Literatura, con mayúscula, que no lo sea…), el mundo de Quinto es una para-realidad muy similar a la nuestra -actual, pasada o futura: elija la que desee-, sobre todo porque el recurso estilístico de la personificación así lo ha querido (léanse otros títulos que apestan a humanidad a base de excrementos propios del reino zoológico, como Rebelión en la granja, El viento en los sauces o La señora Frisby y las ratas de Nimh), aunque se podría decir que no la lleva hasta el extremo más terrenal, puesto que el comportamiento de estos conejos tan salaos, en muchas ocasiones, les hace parecer completos animales, la mayor de las bazas para crear ese discurso contra el deterioro del medio ambiente.
Si continuo diseccionando no negaré que la obra contiene atroces lecciones sobre el liderazgo y la supervivencia (Avellano), el valor y la dignidad (Pelucón) o la tiranía (General Vulneraria), pero soy de los que apuestan por una mirada más arriesgada: el nacimiento de una civilización, de una sociedad. Después de leer esta novela creo que los pormenores de una cuadrilla de lagomorfos que buscan madriguera no constituyen una historia coral donde todos y cada uno de los protagonistas representen una parcela de la viña del Señor, sino que todos ellos se comportan como un ente, un grupo con un objetivo común, un conjunto de intereses que se articulan, como le sucedería a cualquier ciudad o a cualquier país, y por ello son capaces de enfrentarse a los problemas con demasiada sangre fría o sacrificarse por el bien colectivo…, y si no es así ¿alguien me explica de qué manga se sacan un dios –Frith- o un héroe mitológico llamado El-Araihra?
Digo y diré que este es un buen libro, aunque a veces se extralimite en retorcidas descripciones o en ocasiones sufra de altibajos, pero es una cuidada lectura de cabo a rabo… ¿En qué grado? No se podría comparar a obras de parecido (subrayo esta palabra) argumento como El señor de los anillos, pero sí admito que es un libro ameno y dinámico (nadie imaginaría lo interesantes que pueden resultar unos cuantos conejos además de para preparar un buen gazpacho manchego), con “aceptable” carga emocional (hubiese llegado a la categoría de “correcta” si algún protagonista la hubiese palmado) y gran trabajo documental (no he leído jamás un libro que recoja tantos nombres vernáculos de plantas, ¡me compadezco del traductor!).
Una cosa: ¿qué diferencia existe entre un conejo y una liebre? Interaccionen, por favor, y cuando den con la solución, díganme cuál de las imágenes de las dos portadas que preceden a esta noticia corresponde a un conejo y cuál a una liebre.

lunes, 22 de marzo de 2010

Desperdiciar


Mientras los enteros de mi cuenta corriente descienden inexorablemente a consecuencia de esa afición que se nos inculca desde la cuna, la de pagar facturas, un servidor sigue pensando en lo mucho que se malgasta, desde la celulosa higiénica hasta el correr del agua (vaticino una gran sequía este verano pese a las desorbitadas reservas de líquido material con las que nos ha sorprendido el invierno), sin tener en cuenta el tiempo, claro está, ya que muchos lo consideran innecesario… ¡Ya está!: la optimización de los recursos es la salida, ¿cómo? Les pongo varios ejemplos: lavar el coche con el agua de la lluvia (fue lo que hice ayer), reutilizar los sobres de las cartas (péguenles un papel que tape dirección, remite y franqueo, añadan los nuevos datos y échenla al buzón) o pinten una bonita felicitación de cumpleaños con los restos de café o té que siempre quedan en la taza. Siempre he creído que lo que algunos desechan, otros buscamos cómo utilizarlo en otros menesteres menos obvios… y eso requiere una buena partida de imaginación. Señor lector, por veinticinco pesetas (¿han pensado ustedes en el bonito nombre de nuestra divisa?), dígame nuevas formas de reciclar y reutilizar los recursos de los que contamos. ¡Un, dos tres, responda otra vez! Y si no sabe qué responder, por lo menos no siga el ejemplo del oso protagonista de la última obra de Oliver Jeffers, El misterioso caso del oso (Fondo de Cultura Económica) un buen alegato de eso que algunos llaman “buenas maneras por el medio ambiente”.
P.S.: Y sin haberlo pensado, he iniciado una semana muy ecológica, por lo que he decidido continuarla y terminarla de esa guisa. ¡Pasen y vean!

viernes, 19 de marzo de 2010

A Miguel Hernández (3)



Me alegra que, de vez en cuando, las editoriales me puncen con alguna sorpresa y no sean tan previsibles como acostumbran. Es el caso del título de hoy, un libro que se ha abierto camino entre la ingente cantidad de publicaciones que conmemoran el centenario del nacimiento de Miguel Hernández, más que nada, porque, además de ser un poemario que incorpora una edición cuidada y con unas ilustraciones muy apropiadas para las rimas, recoge poemas inéditos del autor. Con una de esas poesías les dejo este día de San José (mis felicitaciones a todos los que conmemoran su onomástica) y me despido hasta la próxima semana.


Un ciprés: a él junto, leo.
(El sol va acortando un poco
a poco su fulgor loco.
Preludia un ave un gorjeo).

Me acuesto en la hierba. Leo.
(Es el poniente de hoguera:
contra él una palmera
tiene un débil cabeceo).

Echo el ojo al hato. Leo.
(Da el sol un golpe mayúsculo
a una montaña…
Crepúsculo.
Se oye de un agua el chorreo).

Me pongo sentado. Leo.
(La mugiente luz se enjambra
fingiendo una gran Alhambra
de mármol cristaloideo).

(Trunca el ave su gorjeo.
Por el oriente descuella
la noche.
¿Nace una estrella?).
No quedan luces… No leo.

Miguel Hernández.
Leyendo.
En: El silbo del dale.
Selección, introducción y notas de Juan Nieto Marín.
Ilustraciones de Paula Alenda.
2009. Zaragoza: Edelvives.

miércoles, 17 de marzo de 2010

Sugerir lecturas


Los que disfrutamos con la lectura (esto es una pasión más que un oficio), como en otras parcelas de la vida, evolucionamos poco a poco (¿o quizá no?). Al principio leemos unas cosas, más tarde otras…, y luego, ¡lo que son estas cosas!, nos volvemos a topar con el mismo tipo de libros que nos encandilaron en su día y, tras leerlos, nos llevamos una pequeña desilusión. Esto no quiere decir que haya que quemarlos sobre una flamígera pira o no los recomendemos a nuestros amigos o conocidos. Y digo esto por buenas razones que expongo a continuación.
Aunque un título no me haya satisfecho por completo, gusto de recomendarlo a otros por el mero hecho de que, lo que no ha sido de mi agrado, no necesariamente tiene que disgustar a otros. Todos tenemos derecho de opinar, sujetos, cómo no, a nuestra idiosincrasia, calificar por nosotros mismos es casi un derecho (poco ejercido en estos tiempos de verdades televisivas absolutas o dogmas políticos… una verdadera lástima). El tener unas preferencias u otras y ser capaces de discernir entre varias clases de literatura es una de las funciones de la Lectura, así, con mayúscula incluida.
Por otro lado siempre creo necesaria la pluralidad. La diversidad de géneros literarios, autores y todo tipo de monstruosidades en letra impresa, ayuda a crear un hábito lector, más que nada porque deja de ser hecho impuesto. No por capricho, sino por convicción, defiendo esta postura, la de la paraliteratura, la de las historias sencillitas y previsibles, de esas que se saborean fácilmente, narraciones sin mucho enredo verbal, novelitas que permiten pasar páginas a todo correr sin producirnos resoplidos e inquietud desesperada, las defiendo a ultranza porque muchos lectores que comienzan a serlo, jamás hubieran leído de no ser por ellas.
La de hoy es una de estas obras, que, aunque parece un cuento navideño con final feliz, puede leerse en cualquier epoca del año, sobre todo por aquellos que quieren escuchar (recuerden: leer es escuchar) historias cotidianas sobre separaciones matrimoniales, sobre amores repentinos, sobre peceras y gatos, sobre parejas poco convencionales y sobre crápulas infelices… en un principio había pensado sugerir El frío modifica la trayectoria de los peces -Pierre Szalowski- para alumnos de doce a catorce años (como los de Evaristo), pero he pensado hacer una sugerencia general y que la lea quien quiera. Y déjense de mandangas.

lunes, 15 de marzo de 2010

Miradas desde la ventana


Temer no es de cobardes, es cosa de niños. De niños y grandes, no me malinterpreten…, que uno está hecho bicarbonato con tanto movimiento sexy durante las pasadas noches y no se encuentra en condiciones de discutir, rebatir o explicar (lo que no sé es cómo he sido capaz de escribir…). A lo que iba… Temblar ante lo desconocido es condición animal básica como otras tantas, por ello tampoco es necesario descalificar al que sale corriendo ante la amenaza porque, si no fuera de esta manera, muchos antílopes perecerían entre las garras de las fieras.
Lo que sí se puede vislumbrar como antinatural es huir de lo inofensivo, bien sea el trino de un pájaro o el niño que, desde la ventana de enfrente, nos mira callado, argumento desde el que Andrés Pi Andreu y Kim Amate parten para tejer una historia que, pese a haber obtenido el premio Apel.les Mestres en su última edición (nunca se debe fiar uno de los galardones, es mejor valorar las cosas por uno mismo), bien vale echarle un vistazo. La ventana infinita es la historia de todos nosotros –de los que hemos sido niños, claro-. De cómo los niños segregan al que permanece callado, al que tiene demasiada vergüenza para incluirse en el juego, al que ejerce de mero observador.
Aunque realizaría algunos cambios en lo que a la edición se refiere, léanse la infografía o el enmarcado de las ilustraciones (para mi gusto, que de todos hay), considero que es una buena elección moral (¿yo he dicho esto?) para las primeras edades del hombre… ¿o quizás para otras más adultas? Esa recomendación ya la dejo en manos de la divina providencia mientras echo mano de un Gelocatil®. ¡Y que comiencen bien la semana!

sábado, 13 de marzo de 2010

Se nos fueron las palabras...




De cuitas esta hecho el mundo, tántas que ya he perdido la cuenta. Penas dulces y, las más, amargas, han sembrado los caminos de sinsabores y otras malas yerbas, que de bordes y tercas se enredan en los arados y vertederas que cruzan los campos de nuestros días… No lo afirmo por crédula misericordia, sino en aras de la sinceridad, porque oigan, los lectores también lloran, lloramos por las palabras que perdimos.
Hoy ha muerto el último que escribió en mi lengua, el castellano, ese al que llamaron Miguel Delibes. Y un servidor, aunque de nula jaez y poca imaginación, quiere rendirle homenaje.
Descubrí a Don Miguel tarde, algo polvoriento y bastante mermado. Lo cogí de un estante y lo guardé allí donde cupo. Pasé las páginas de hito en hito, de tarde en tarde. Quizá no fue el comienzo deseado, pero bien me acompañó durante aquel verano. Luego siguieron otras sombras bajo otros árboles, en las que, digámoslo así, gané todos los colores: el rojo, el gris, y, si me apuras, hasta la claridad de alguna lágrima; porque perder, lo que se dice perder, perdí poco, tan solo un mentiroso guiño…
Y sí. La prosa del maestro vallisoletano no se puede considerar estrictamente infantil aunque ocurra en las tres edades del existir, pero he de afirmar, y aunque parezca insano confesarlo, que nunca he leído a Delibes, él me leyó a mí. Me recorrió por dentro, cada gota de sangre, cada arrebato, cada callada emoción. Y eso, les digo, bien vale mi infancia, la de todos nosotros. ¿Qué más podemos pedir?
Porque a los príncipes que hablan como sabios, no los destrona la guerra, ni la mano caudilla o la indiferencia postrera, sino que sólo la muerte se encarga de callarlos.

viernes, 12 de marzo de 2010

A Miguel Hernández (2)


Les explico este viernes lo que no les explique el pasado: puesto que este año se conmemora el centenario del nacimiento de Miguel Hernández, un servidor ha decidido incluir sus poemas aquí los viernes de este marzo (ya di mis razones de por qué lo hago este mes) como tributo al genio de este.
La figura de Miguel Hernández ha dado lugar a muchas lecturas, desde aquellos que lo han calificado de poeta paleto (¡Cuánto es el orgullo del clasismo!), hasta los que lo enarbolan como bandera del comunismo y la lucha obrera (¡Cuánta es la osadía de los políticos!). Todos enjuiciamos deliberadamente, el primero yo, pecador, que sigo pensando que don Miguel era uno con mucha humanidad, un pastor de ovejas, un pastor de ideas, un pastor de palabras.
Y para que no se fíen tan alegremente de mi, les dejo que opinen de sus versos con propio criterio.


Por el cinco de enero,
cada enero ponía
mi calzado cabrero
a la ventana fría.

Y encontraba los días
que derriban las puertas,
mis abarcas vacías,
mis abarcas desiertas.

Nunca tuve zapatos,
ni trajes, ni palabras:
siempre tuve regatos,
siempre penas y cabras.

Me vistió la pobreza,
me lamió el cuerpo el río
y del pie a la cabeza
pasto fui del rocío.

Por el cinco de enero,
para el seis, yo quería
que fuera el mundo entero
una juguetería.

Y al andar la alborada
removiendo las huertas,
mis abarcas sin nada,
mis abarcas desiertas.

Ningún rey coronado
tuvo pie, tuvo gana
para ver el calzado
de mi pobre ventana.

Toda gente de trono,
toda gente de botas
se rió con encono
de mis abarcas rotas.

Rabie de llanto, hasta
cubrir de sal mi piel,
por un mundo de pasta
y unos hombres de miel.

Por el cinco de enero
de la majada mía
mi calzado cabrero
a la escarcha salía.

Y hacia el seis, mis miradas
hallaban en sus puertas
mis abarcas heladas,
mis abarcas desiertas.


Miguel Hernández.
Las abarcas desiertas.
En: Corazón alado. Antología poética.
Selección de Juan Ramón Torregrosa.
Ilustraciones de Jesús Gabán (también autor de la imagen que acompaña esta entrada).
2010. Barcelona: Vicens Vives.

miércoles, 10 de marzo de 2010

Tomando nota



Vivimos una época de paroxismo grotesco, casi rayana a la cuadratura del círculo, por lo que no nos debería extrañar el sufrir plagas de todo tipo, bien sean bíblicas, audiovisuales o informáticas (las que mas joden actualmente). Mofarse de lo que nos pueda acontecer en un futuro no muy lejano, llámese necesidad, tercermundismo o guerra civil, no es ligereza sino ironía, la máxima con la que escribo. En cualquier caso, el tremendismo no trae la calma, esa que mantiene serena y despierta a la mente, y ayuda en parte al encontronazo con la solución esperada, pero sí advierto que, agitar con fuerza el badajo, despierta a dormidos y soñolientos que se dejan encarrilar por esas cañadas de diplomacia, buenas formas y basura mediática que todo lo transfigura e instiga a la descoordinación.
Me preocupa cómo se va dibujando el futuro, me preocupa el cauce de los acontecimientos, me preocupa lo que escucho, lo que veo. Ando ciertamente cauto, sin perder ripio alguno, alerta, no sea que tanto estatismo se torne movimiento uniformemente acelerado y nos encontremos con un turbio desenlace en nuestras propias narices… Tras semanas de diligentes notas, observando el corazón de las cosas (lo que los japoneses llaman “kokoro”), auguro ánimos agitados, cambios. Solo espero que no nos lleven a ese belicismo desesperado de seres humanos porque sería, como siempre, matar moscas a cañonazos.
Y en el caso de que las armas tomasen las calles –la garra de la guerra siempre esta al acecho- y dado que hoy gustaba de reivindicar alguna historia olvidada, les recomiendo Una isla entre las ruinas, novelita de Uri Orlev (escritor judío que obtuvo el premio Hans Christian Andersen en el año 1996) y que en su día edito Alfaguara, sobre las consecuencias de los conflictos bélicos, usando como vector expositivo las penurias y perrerías que sufre un chaval en la Segunda Guerra Mundial.
Como colofón y por establecer eso del “feed-back” -asunto que gusta tanto-, piensen la respuesta a tamaña pregunta: ¿Ustedes creen necesaria la guerra?

Banda sonora original: This is war. 30 Seconds to Mars.

lunes, 8 de marzo de 2010

Mujeres...


Ya que me he pasado el fin de semana escuchando todo tipo de propaganda y comentarios referidos a la efeméride de hoy, he tomado la decisión, por muy mal que les parezca a mis seguidoras, de no celebrar este día de la mujer... ¡Y ojo con faltar!... Aunque pensándolo despacito no estaría de más tacharme de machista o misógino (palabra esta con una etimología preciosa, nada que ver con la de exabruptos y patadas que muchas feministas echan por la boca con tal de buscarse un hueco entre este infierno de varones) la cuestión es que me califiquen… Y no crean que me amedrento, sino que me consuelo de lleno y siéntome dichoso de no haber celebrado este día, de no haberme ahorcado con una bufanda de color lila y de no haberme paseado en ninguna de las manifestaciones convocadas por todo tipo de plataformas que se dedican a explotar a las mujeres de manera evidente y vergonzante.
Llama la atención constatar lo hipócrita de ciertos discursos, sobre todo los de aquellos que, mientras pasan el tiempo tras el atril hablando de la ablación de clítoris, la trata de blancas y la violencia machista, o hinchando el estómago a base de pesebres institucionales, sus esposas las están pasando canutas en el paritorio, fregando la taza del váter o estirazando de la vida. ¡Y porque no me ha dado por ensañarme con esas mujeres que contratan a otras (con menos suerte, hay que decirlo) por un salario de vergüenza!
Y si han quedado suficientemente cabreados/as con las palabras anteriores, contra todo pronostico les dejo con una cura eficaz (para que a algunos/as se les caiga la baba… no es mi caso puesto que no soy muy partidario de los llamados libros de valores), la titulada Rosa Caramelo, uno de tantos alegatos que Adela Turin y Nella Bosnia han convertido en libros para conseguir equiparar los derechos de la mujer a los del hombre.
Pero ya saben que yo sigo con mi tole-tole…, celebrando, como cualquier día, que comparto adoquines, mesa y tareas con otros como yo, llámense Llanos, Josefas o Antonios.

Banda sonora original: Adrienne. The Calling.

viernes, 5 de marzo de 2010

A Miguel Hernández (1)


Me gusta el mes de marzo. Porque llegan las lluvias que caen a cortinas. Porque los rayos del sol se abren paso entre los cenizos nubarrones. Porque la tenue luz del tardío invierno se refleja en el joven verde de los campos. Por ver abrirse las flores del olmo. Porque las ruinas de las acequias siguen rezumando el agua de antaño. Porque ventea. Porque marzea.
Me gusta el mes de marzo porque me sabe a Miguel Hernández.

Mis ojos, sin tus ojos, no son ojos,
que son dos hormigueros solitarios,
y son mis manos sin las tuyas varios
intratables espinos a manojos.

No me encuentro en los labios sin tus rojos,
que me llenan de dulces campanarios,
sin ti mis pensamientos son calvarios
criando cardos y agostando hinojos.

No sé qué es de mi oreja sin tu acento,
ni hacia qué polo yerro sin tu estrella,
y mi voz sin tu trato se afemina.

Los olores persigo de tu viento
y la olvidada imagen de tu huella,
que en ti principia, amor, y en mi termina.

Miguel Hernández.
Mis ojos, sin tus ojos, no son ojos.
En: Imagen de tu huella.
1934.

miércoles, 3 de marzo de 2010

Animando a la lectura desde la televisión


Se suele decir que la gran asignatura pendiente de este mundo de tinta y papel es la de animar a la lectura. Unas veces se achaca a la escasez de presupuesto, otras a la falta de formación de aquellos sobre los que recae dicha tarea y otras a esta “maldita” sociedad de las tecnologías de la información. Pero da igual, si todo esto se soluciona, se sigue sin leer, incluso menos. Se dice, se comenta que nadie tiene un arma infalible, un recurso efectivo o una actividad llamativa que provoque una voracidad sin límite por los libros…, siempre se recomiendan cosillas, como tener siempre presente la figura del libro o hablar de ellos, e incluso, ver a alguien leer, asunto este que se relaciona con el discurso de hoy.
El pasado fin de semana, hurgando por la red, di con gran cantidad de páginas dedicadas a los libros que aparecen en la serie televisiva Perdidos (de hecho pueden husmear en uno de estos espacios desde la lista de enlaces que tienen a la derecha), todas ellas con comentarios sobre estos títulos que, generalmente lee uno de los protagonistas, un tal Sawyer (en honor al Tom de Mark Twain), un rubiales de bandera, llamativo y fornido. Esto es una prueba evidente de que la animación televisiva a la lectura tiene éxito…, aunque, si mal no creo recordar, desde el gobierno de nuestro país se llevó a cabo una campaña televisiva donde aparecían todo tipo de famosos leyendo fragmentos de este o aquel libro y que tuvo poca repercusión. ¿Y dónde está la diferencia entre ambas realidades? Aunque dichos personajes tengan su notoriedad (bien por actuar en un teatro, robar de las arcas públicas o fornicar con quién se ponga por delante), muchos son completos desconocidos, por los escasos minutos que aparecían en la pantalla, porque excepto sus ocupaciones ¿laborales? no sabemos nada más de ellos, cosa que no ocurre en el caso del tal Sawyer. Este personaje entabla una íntima relación con el televidente, con el seguidor de la serie: lo va conociendo poco a poco, su personalidad, sus inclinaciones, sus miedos y debilidades, llegando incluso a identificarse con él (lo que se llama empatía), por ello les interesa lo que hace, llegando a imitarlo, hasta el punto de leer escrupulosamente lo mismo que él (títulos nada desdeñables, por cierto).
Todo ello puede parecernos una curiosidad más, pero por no irme así, sin más, les dejo con una pregunta: Si los seguidores de Sawyer leen lo que éste lee por el mero hecho de que lo consideran una persona como ellos, no un personaje ajeno, ¿por qué nuestros escolares, aun viendo a sus padres, profesores y amigos -personas reales todas ellas- leyendo, no leen ni a tiros?... Y les adelanto mi respuesta: porque todavía falta algo… Admiración.

Banda sonora original: En honor a esta serie televisiva de la hoy hablo y que no he visto jamás, les invito a que escuchen Rescatando a Jack Shepard del grupo Diecinueve (si no la encuentran, les sugiero que se vayan al esta dirección http://www.youtube.com/watch?v=-y_-Ok4JnWc).

lunes, 1 de marzo de 2010

Llamada a ilustradores, maestros y otros monstruos


Ojalá pudiese comenzar todos los meses como este: con dinero en el bolsillo (no mucho, por lo que les disuado de que me asalten y dejarme vistiendo paños menores), una salud no muy mermada, ganas de comerme el mundo (que suceda o no es otra historia) y un libro como el que aquí defiendo (bueno, en realidad no suelo confundir gato por liebre…).
Todos sabíamos que, en el vasto mundo editorial había de todo, desde pornografía hasta catecismo, desde tratados de estilismo hasta vademecum de drogas de diseño, pero lo que faltaba era un manual para aquellos que quieren dar volumen a sus escenas e ilustraciones, un libro que estableciese las bases para la ingeniería del papel, un arte reservado a pocos, dado el trabajo que implica cortar, pegar, troquelar y doblar el papel para obtener formas tridimensionales con el solo movimiento de una página. De entre ellos, David A. Carter y James Díaz con Los elementos del Pop-Up (editado por la editorial Combel), se han atrevido a elaborar un muestrario de los puntos básicos que configuran cualquiera de estos libros (no son los únicos, para comprobarlo les recomiendo la siguiente dirección: http://www.robertsabuda.com/popupbib.html). Y no es cosa poca, créanme, ya que, clasificar todas estas técnicas en cuatro categorías -dobleces paralelos, dobleces en ángulo, ruedas y lengüetas- requiere de un buen dominio de las mismas.
Aunque en las librerías encontremos este título en las secciones de Literatura Infantil, no puede definirse como tal… Con seguridad, un bibliotecario estricto al aplicar la CDU incluiría éste en la categoría de manuales especializados (¿Existirirá…? Espero no dejar ver que ando algo verde en esta materia…), ¡porque oiga!, es un manual lleno de energía cinética, a rebosar de movimiento (me están entrando unas ganas locas de bailar).
Resumiendo: un libro para ilustradores con ganas de conocer la mecánica de este recurso que tanto éxito tiene entre los lectores primerizos (y no tanto…), un libro para maestros que quieran renovar sus recursos, un manual para los que enseñan geometría, un libro para todo aquel que quiera animar una frase, por ejemplo un “te quiero”.

Banda sonora original: Yo también, de La casa azul.