lunes, 2 de mayo de 2011

Cuando los adultos olvidan la niñez



Desear con todas mis fuerzas volver a la niñez, más que un antojo es una necesidad. Ser niño para vivir en esa especie de burbuja de condescendencia. Ser niño para disfrutar de las aventuras que nos sirve el día a día. Ser niño para no anquilosarme en la cruda realidad. Ser niño para perdonar y olvidar con rauda facilidad. Ser niño para examinar la belleza de los momentos, de las libélulas y de los narcisos en flor. Ser niño para soñar a pierna suelta, sin temer al ruidoso despertador. Y la más importante de las razones: ser niño para no sufrir los juegos de los adultos. Los adultos, lejos de reales bodas (¡para muchos el más peligroso de los sacramentos!) y prensa coloreada de rosa o amarillo, se dedican a idear todo tipo de triquiñuelas para vivir a la altura de grajas y coyotes -perdónenme sendos animales-.
A base de estudiadas normas y un extenso muestrario de reglas absurdas, las personas hechas y derechas son capaces de lanzar dentelladas a lo pavo, para así acabar consigo mismos y de paso con su ineptitud. Presten atención: abran un periódico y deslúmbrense con el entero catálogo de descerebrados que ejercen de terroristas suicidas, presidentes del gobierno o forofos de cualquier religión… ¿Alguna vez caerán en la cuenta de que, aunque se lo propongan, jamás estarán a la altura de la capaz inteligencia de un niño de cuatro años? Asunto peliagudo, ya que todo hombre se forja a partir de un niño (nunca al revés, como la visión gradualista de la psicología nos quiere vender)… ¿Dónde van esos niños cuándo nace el hombre, el adulto? Un interrogante que me tenía en vilo hasta que di con uno de los dos libritos de Elzbieta que Kalandraka ha lanzado al mercado en las pasadas semanas. ¿A dónde van los niños? (N.B.: ¿No se podía haber traducido como “adonde”? Me gusta más…) se trata de la reflexión que todo humano debería hacerse cuando, de repente, se percate de que su corazón ha perdido el calor de la infancia, de que no sabe donde olvidó el oso de peluche que le acompañó en sus viajes nocturnos.

2 comentarios:

miriabad dijo...

Gua!! Estás inspirado.
Creo que los que leemos literatura infantil buscamos ver con los ojos de los niños. Y volver a sentirnos como tales...
Gua!! Este libro hay que verlo.
Saluditos, Miriam

Lorraine dijo...

Según El Principito, que fue quien me trajo hasta aquí en un primer momento, hay quien nunca olvida su niño interior. Yo sigo intentando cultivar la mía :) Tengo la suerte de trabajar con niños, y ver su día a día realmente te hace sonreír y volver aunque sea por un segundo a cuando tú mismo tuviste aquella tierna edad...