lunes, 30 de abril de 2012

Viajando con los alumnos



A mis alumnos de 1º y 2º de E.S.O.

Lo de viajar se ha convertido en una moda espantosa que corre como la pólvora entre todos los estratos sociales. Agencias de viajes, paquetes de vacaciones, vuelos baratos y todo tipo de ofertas se agolpan en el ciberespacio esperando que algún desairado decida invertir sus ahorros en unos días de placer -o sufrimiento…- con tal de desconectar de la tan odiada rutina (¡con lo que a un servidor le gusta!). Ahora todo el mundo quiere andar dando tumbos por lo más recóndito del mapa y empaparse, como decía Kapuscinski, de humildad.
Aunque parezcan lo mismo, hacer turismo y viajar son dos acciones diferentes. La primera, más vulgar y quebradiza, está al alcance de cualquiera, la segunda, profunda y cargada de hondas emociones, sólo la experimentan unos cuantos afortunados. Esto no quiere decir que el turismo, puntualmente, se vista de viaje, cosa que rara vez ocurre... ¡Y menos mal!, porque son tantos los que prefieren el sol, la playa, los barcos de siete cubiertas y la cena del capitán, que ya nadie da un paso adelante para vivir un poco más, ni tan siquiera los embobados jóvenes que vegetan en los pupitres de nuestra nación… Afirmo esto cabreado por la desidia y dejadez, que no sólo, ha envenenado a mis alumnos, sino a toda una sociedad, en la que incluyo a padres sobreprotectores y absurdos y a docentes hastiados y egoístas, que deja pasar trenes ante sus narices, que probablemente no estén llenos de lujo y glamour, pero sí acarreen algo de experiencia y humanidad.
Señores y señoras. Niños y niñas. Cuando un maestro viaja con sus alumnos, no sólo está depositando su tiempo y confianza en los que le acompañan, está intentando dejar su poso en el recuerdo, regalando su huella al futuro…, para que los que cumplan años crezcan y para que aquellos que envejecen no pierdan la esperanza.

Faber, Arianne. 2012. El viaje. Barcelona: A buen paso.

miércoles, 18 de abril de 2012

Cambiar de residencia


Existen profesiones que requieren cambiar de lugar de residencia constantemente dependiendo de las necesidades del servicio prestado o por otras cuestiones de carácter voluntario como son los concursos de traslados. Policías nacionales, guardias civiles, maestros, auxiliares administrativos, médicos, y un sinfín de profesionales más, están más que acostumbrados a mover su hogar tantas veces sean necesarias con tal de sobrevivir. 
Ello conlleva más de un disgusto, trastornos de toda índole y una rápida capacidad de adaptación (¿Qué acaso valora alguien?), no sólo del individuo en cuestión, sino de todo aquel que le acompañe, sea este cónyuge, hijo, suegra, perro o gato. Y centrándonos en los hijos de estos nómadas de hoy en día, abandonaremos al resto a su suerte…


Cada año pasan por mis clases alumnos que se han recorrido la mitad de la geografía española a tenor de las mudanzas laborales de sus padres. Todos comentan la facilidad que han desarrollado a la hora de entablar relaciones sociales con sus compañeros… “La primera vez es duro”, decía uno, “pero cuando lo has hecho dos, tres y hasta seis veces, ni te lo planteas”… 


Bien pensado, para un crío es impactante entrar por primera vez en un aula en la que no conoce a nadie y todos se conocen entre sí. Sentirse un bicho raro estudiado por la cautela de los demás por unos días, no debe ser plato de buen gusto. Conforme pasan los días, esa sensación de extrañeza va cambiando y se empiezan a atisbar las primeras sonrisas, las primeras palabras amables, para finalmente, formar parte de ese todo que se mueve a tu alrededor. 


Este es el proceso que Jaime Buitrago y Rafael Yockreng han querido utilizar como hilo argumental en su libro Eloisa y los bichos, un álbum ilustrado poco habitual (tiene cierto gusto a ciencia ficción, un ligero sabor kafkiano, la misma gama de color que las obras de Da Vinci…) y editado por el buen hacer de El Jinete Azul, que pretende plasmarlo, no sólo desde un punto de vista infantil, sino también remitirla a adultos que, como un servidor, cambian de lugar de residencia cada curso escolar.

lunes, 16 de abril de 2012

Deconstruyendo mitos... Leyendo realidades....


En varias ocasiones he hablado en este lugar de la Literatura que las distintas facciones ideológicas llaman propia, lo que viene a desembocar en una dicotomía cultural que, más que enriquecer a sus acólitos, los distrae y enreda en una vorágine contradictoria de dimes y diretes. Si a todo ello añadimos el favor que la propaganda presta a estos ismos, el empobrecimiento del lector es tal, que no distingue entre Esquilo y Bernard Shaw…

Todavía no he visto el documental dirigido por ese gurú del progresismo llamado Michael Moore y que se bautizó con el mismo nombre que la novela de Ray Bradbury, Fahrenheit 451, temperatura a la cual arden los libros. Supuestamente, este director de cine estadounidense intentaba establecer una similitud o paralelismo entre el argumento de esta obra con la política que Bush hijo desarrollaba en los EE.UU. hace unos años, cosa que, aunque sea un despropósito, me parece muy respetable… Como buen norteamericano, sabía lo que el público necesitaba y, automáticamente, fue encumbrado y jaleado por unas masas que jamás leerían el homónimo relato, dejando así su razonamiento y sentido crítico a merced de lo que este señor, bien listo sea dicho de paso, les hiciera creer.

Como un servidor prefiere leer y, a la postre, opinar por sí mismo, aquí me tienen, intentando lavar la imagen de una obra literaria correcta y muy renombrada… En Fahrenheit 451, el casi autodidacta Ray Bradbury, además de plantear un escenario futuro (fíjense en que no he utilizado la palabra futurista… ¡qué malo soy!), minado por la desidia y el despropósito, realiza un gran discurso sobre la memoria, esa que planea siempre sobre el ser humano y que ha sido custodiada en los libros por mero azar (digo por azar, ya que si no hubiese sido en forma de libros, se hubieran inventado otros objetos para ello). Muchos son los que hablan del autoritarismo, de la siembra de la ignorancia entre los ciudadanos para erigirse con el poder o de otras mezquindades, pero a mi entender sólo habla del Recuerdo… Sí, sí, ustedes digan que esa situación nunca pasaría con gobiernos izquierdistas, esos que usan la misma propaganda, deterioran el mismo sistema y emplean las mismas tácticas que sus opositores… Sí, sí, ustedes defiendan a los gobiernos de derechas, esos que aprueban las mismas leyes, dictan las mismas sentencias e ignoran a los mismos ciudadanos que sus opositores…

Sea como sea, Bradbury grita al ciudadano, al lector, que debe emplear su tiempo en leer, para empapar así su memoria del pasado que guardan los libros, los buenos libros, esos que no pertenecen ni a un bando ni a otro, y buscar su felicidad en la libertad del presente, mirando siempre hacia la del futuro.

jueves, 12 de abril de 2012

Reutilizar


Adoro toparme con contenedores abarrotados de escombros y trastos supuestamente innecesarios con los que algún propietario ha decidido dar un giro a su vivienda, y por ende, a su vida. Es muy español eso de arramblar con lo viejo, con lo pasado de moda, y sustituirlo por nuevos enseres carentes de identidad y solera, una práctica primaveral que llena las calles de grandes cubetas en las que uno se para a rebuscar, en vez de cebollas, tesoros enterrados entre molduras de escayola y ladrillos desportillados. Muebles centenarios, vajillas de porcelana, sillas desvencijadas, lámparas setenteras, láminas con encanto, marcos de todos los tamaños, bañeras, pilas y hasta alguna muñeca, pueden resultar útiles a cualquiera que les busque un nuevo cometido o, en su defecto, una nueva ubicación.

Las grandes ciudades se llenan de traperos con corbata y chatarreros de buen ver (¿me contaré entre ellos?) que, a sabiendas del valor que tienen la cosas, ojean entre amasijos de desperdicios para dar con productos a reutilizar que vistan su vida con una nueva perspectiva… Aunque discrepo en el modus operandi con el que muchos consistorios llevan a cabo el reciclado de ciertos materiales (no me parece bien que empresas subcontratadas se enriquezcan de la voluntad ciudadana y que estos individuos concienciados no reciban nada al respecto cuando las empresas productoras incorporan a los precios finales de sus productos tasas de reciclado), sí estoy a favor de la reutilización, es decir, hacer un uso complementario de las necesidades y la imaginación para no malgastar ni energía ni materias primas. Dar rienda suelta a las ideas para resucitar lo que otros desechan, siempre resulta un ejercicio gratificante para uno mismo y que, por otro lado, colabora con el mantenimiento medio ambiente.

Pero (siempre hay alguno) para llevar a buen término estas acciones, claro está, hay que darle muchas vueltas a todas las posibilidades, destruir prejuicios y levantar andamios para, sobre las ruinas, crear locuras, encender nuevas luces. Por ello, hoy les recomiendo Sombrero, un álbum ilustrado de Paul Hoppe y editado por Flamboyant, que a través de los ojos infantiles, nos habla de la utilidad de las cosas, de las historias que hay detrás de cada objeto abandonado.

martes, 10 de abril de 2012

De pequeños momentos


Es mucha la expectación que conllevan los grandes acontecimientos de la vida, desde la celebración de una boda, hasta el nacimiento de un hijo, momentos todos ellos, normalmente felices. Ello no quiere decir que, simplemente por el hecho de ser importantes, la dicha que acarreen sea directamente proporcional al tamaño de los faustos a organizar, ya que uno, apoltronado en su sillón favorito acompañado de un buen libro, puede ser tanto o más feliz que la noche donde dejó a un lado la soltería. Con total seguridad ocurra lo mismo con otros momentos que se suponen de algarabía y pasión desorbitada, véase la celebración tras una final de la Champions League, y otros más íntimos como ver brotar la primera palabra de la boca de su primogénito.


Si podemos clasificar a los hombres en grandes y pequeños (cada cual dé las connotaciones que quiera a estas categorías), también podemos decir que la vida se compone de grandes y pequeños momentos, todos ellos necesarios a partes iguales, aunque no está de más, convenir en que cada cual es libre de elegir según su apetencia… Si bien es cierto que los grandilocuentes prefieren los excesos de emociones, yo soy de esos que se emborrachan con los mínimos, esos mágicos e inesperados que suceden en un abrir y cerrar de ojos y te arrugan el corazón para darte un soplo de alegría.


Respecto a estos pequeños momentos, he de subrayar que no soy el único que los prefiere, sino que Germano Zullo y Albertine también se hacen eco de ellos en su particular obra Los pájaros (Editorial Libros del Zorro Rojo), una de esas historias que están preñadas de ínfimos y geniales momentos… No sólo por lo evidente que es la generosidad, encontrar un amigo, verte en su reflejo, resignarse a la pérdida, añorarlo..., sino también por lo invisible de la vida, los que subyace en nosotros, nuestros deseos y anhelos, esos que a veces nos hacen volar, como si de corrientes aéreas se tratasen...



jueves, 5 de abril de 2012

¡Feliz No-Día LIJ!


Ya decía que se me olvidaba celebrar algo el pasado día 2 de abril… y gracias a que al día siguiente ojeé todas las bitácoras lijeras que sigo, me percaté de esta efeméride tan señalada en el calendario LIJ… Pero como más vale tarde que nunca, aquí les traigo, además del cartel (el mensaje suele ser la mayoría de las veces tan almibarado y ñoño, que rehúyo la más mínima alusión y/o reproducción del mismo), una personal amalgama de opiniones con motivo del Día Internacional del Libro Infantil y Juvenil…

Según el anuario de SM, biblia estadística y comercial de la LIJ de aquí (¡María, quiero la edición impresaaaa!), la LIJ en España está de suerte: se sigue comprando en cantidades similares a las del último año; por lo que démonos con un canto en los dientes, no sea que los EREs se ensañen con las editoriales, sobre todo para las de pequeño volumen, y la debacle sea monumental…

Me resulta más bien raro, que la crisis no haya hecho mella en las ventas teniendo en cuenta que pocas son las obras de calidad que se editan últimamente (N.B.: sólo me refiero al género del álbum ilustrado, no sean suspicaces)…, aunque bien mirado, con tanto lijero aficionado suelto (si se fija, los desenmascarará raudo y veloz…), tanto apoyo institucional y tanta modernez desbordada, la imaginación de los que crean se ha ido relajando hasta puntos tan insospechados que busca más consolar los ayunos, que excitar el apetito.

Y eso que no voy a rajar de los premios literarios, unos de dudosa credibilidad y otros de fiabilidad intachable, que en vez de buscar la excelencia, se amparan en un mamoneo de sibilina procedencia, para premiar favores en vez de letras. La cuestión es reunirse en torno a un opíparo piscolabis y marujear a todo trapo de unos y otros, que somos españoles, ¡coño!

En fin, que sólo nos queda apoltronarnos en alguna incómoda butaca de cualquier desolada biblioteca (¡qué tristeza!) y esperar que alguien nos sorprenda escribiendo el cuento que todavía no se ha escrito.

martes, 3 de abril de 2012

De gafas y gafotas


Uso gafas desde que contaba seis años. Una historia que, aunque a los adultos nos parezca anecdótica, no es ajena para cientos de niños que ven cambiar su aspecto físico por dos lentes enmarcadas en un esqueleto de plástico o metal que provocan el cachondeo y las carcajadas del resto de la clase, cosa que sigue inmutable desde tiempos inmemoriales… ¡Y eso que hoy día las hay preciosas! De tonos alegres y divertidos, como la infancia de la mayor parte de los mortales… ¡Tendrían que haber visto los primeros anteojos que vistieron mi cara redonda y sonrosada… ¡y sufrir un patatús!

Por mucho que cientos de miopes acomplejados vean en las gafas una antítesis de la belleza, y aboguen por lentes de contacto y operaciones de cirugía ocular, un servidor se erige acérrimo defensor de las gafas y los gafotas, seres de aire intelectual que adornan su cara con todo tipo de materiales sintéticos y naturales para poder verles mejor (como el lobo de Caperucita Roja). No negaré que usé lentillas hace años, sobre todo en esa etapa humanoide llamada pubertad y con fines más etológicos que prácticos, pero a tenor de la aparición repentina del glaucoma, decidí desterrarlas de mi personal moda visual, abandonando así todo tipo de molestias, picores, llantos y disoluciones lacrimales artificiales.

Que si el vaho es una lata… Que si no veo torta debajo del agua… ¡Tonterías, más que tonterías! Las gafas, más que aparato de tortura, añaden valor a la mirada, la realzan y acompañan, aportan cierto toque culto al globo ocular e incrementan los guiños más condescendientes… Sí, sí, es cierto que agrandan o achatan el ojo, y que los entristecen con el tiempo, pero de entre todos los remedios, prefiero aquel de quita y pon, ese que no consista en pasar por el quirófano y que no ponga en peligro la poca vista que me queda. A lo que sólo me resta añadir una razón más: de entre todos los oftalmólogos que he conocido, ni tan siquiera uno ha dejado de usar las gafas en pro de otra solución.

Por último, y tras esta oda en forma de alegato a esas que me han acompañado, tanto en los momentos felices, como en los más compungidos, las gafas, decir que, para mi gusto, sólo les encuentro un intrínseco defecto: perderlas.

Pascual, María. 2012. ¿Dónde están mis gafas? Barcelona: Thule.