lunes, 30 de noviembre de 2015

Conscientes de nuestros defectos...


A pesar de que muchos rayan el límite de la perfección (o al menos de eso se intentan convencer..., ¡pobres necios!) otros nos dedicamos a ser naturalmente imperfectos, un ejercicio diario y necesario que nos pone en estado de alerta sobre nuestras carencias y nos ayuda a mejorar en la medida de lo posible. Probablemente se trata de un vicio personal (¡tantos tengo!), pero creo que los españoles debemos abandonar esa manía absurda de creernos el culo del mundo, primar la meritocracia sobre las medallas de hojalata que algunos lucen en la solapa (echen mano de cualquier periódico de provincias y podrán constatar la cantidad de meapilas mediocres que usan estos medios para darse pábulo), y educar a las nuevas generaciones en la sana costumbre de la humildad y la vergüenza positiva. Una difícil tarea cuando pasa por confiar en los padres de hoy día; esos que no escatiman en elogios con sus hijos (¡Qué espabilao es mi nene! ¡Un hacha! Maneja el móvil como nadie, ¡con dos añicos que tiene!), o que prefieren tratarlos como seres intelectualmente superiores (sobre todo para buscar porno gratis en la red) aunque inválidos a la hora de buscar oficio, piso o novia (ríanse, ríanse, pero conozco más de una que busca nuera para su criaturica)... En fin..., ejerzamos la autocrítica y convivamos con nuestros defectos, sin olvidar reírnos de ellos.

De no ser por sus defectos,
que los hacen imperfectos,
multitud de animalitos
pudieran ser muy bonitos.
Si no fuera que recula,
muy linda fuera la mula.
Si no fuera por el pico,
muy lindo fuera el perico.
Si no pareciera gafa,
fuera linda la jirafa.
Si no fueran tan ingratos,
qué lindos fueran los gatos.
Si no fuera tan oscuro,
qué lindo fuera el zamuro.
La gallineta, qué hermosa
si no fuera tan pavosa.
Qué bello fuera el marrano
si renunciara al pantano.
[...]

Aquiles Nazoa.
Poemas de animales.
Ilustraciones de Emilio Urberuaga.
2015. Madrid: SM.

jueves, 26 de noviembre de 2015

Tras la violencia a las mujeres...


Mientras ayer planchaba doce camisetas, siete jerséis, cinco pantalones y un par de camisas (todo en una hora... yo creo que si esto de la enseñanza falla, me puedo dedicar al mundo de las tintorerías) y todo el mundo se apuntaba al carro de la violencia de género (cuando generalmente se refieren a la violencia contra las mujeres), estuve dándole vueltas al coco sobre este problema que cada vez resuena más. Saqué poco en claro, la verdad, pero me vinieron a la cabeza situaciones que tal vez debía compartir con los monstruos.
En primer lugar me acordé de alguna que otra alumna... Siempre se han cruzado en mi camino chavalas muy estudiosas, educadas y la mar de apañadas; chicas con objetivos claros, en una palabra, ejemplares. La sorpresa viene después, cuando en alguna reunión, sus padres o sus propios compañeros, me hacen saber que la susodicha está saliendo con un tío sin oficio ni beneficio, un gamberro que la utiliza por mero estatus o como tapadera para asuntos turbios de diferente índole. Y llego a la conclusión de que eso no puede ser amor, sino una atracción fatal que poco puede durar. La realidad es la que es y se repite desde que la figura femenina despunta. No hay tu tía. Pero lo verdaderamente interesante sería buscar el origen de una necesidad que nace en jóvenes independientes y bien cualificadas, que se dejan llevar por unos pájaros que les parasitan energía y un cómodo futuro, a cambio de cariño ficticio. 
El segundo de mis pensamientos se lo dediqué a esas alumnas que, cada vez con mayor frecuencia, prefieren la figura de un hombre rudo a otro más formado y educado. Se decantan por figuras masculinas que las ¿protegen y defienden? del mundo y sus males de una manera más animal que civilizada. Chicos fuertes, decididos, posesivos y bien plantados (definámoslos como... ¿capullos?) frente a otros con un aspecto más frágil y pusilánime que ¿poco? pueden hacer con sus debilidades. Lo triste viene cuando la crudeza y la sobreprotección van in crescendo, se entremezclan con celos, recelos y carencias afectivas, y lo que en principio parecía ser un refugio, se convierte en miedo, en una amenaza constante, en un completo sinvergüenza.
Por último, debo apuntar que las mujeres, en su derecho por buscar una independencia económica, se ven obligadas (la mayor parte de las veces) a hipotecar doblemente su tiempo en pro del trabajo y el hogar. Por tanto, poco puede quedar de esa supuesta liberación que, generalmente, pasa por currar para pagar la minuta de un tercero que se encarga de los hijos, la comida o la plancha (¡Maldita educación...! Tan poco igualitaria, tan poco realista...). Doblemente esclavizadas con un doble castigo, al que, si añadimos la violencia, se transforma en un infierno que las marchita más todavía. Porque lo bonito de la libertad es hacer lo que uno quiere, no lo que los demás esperan que hagas.


Mientras pienso más detenidamente en los prototipos femeninos que la cultura, en general, y la literatura infantil, en particular, (¿Para qué hablar de la influencia de la religión? Eso se lo dejo a los otros con un discurso más clásico...) han instaurado en nuestro ideario colectivo a lo largo del tiempo, en sus consecuencias, las contradicciones con otras concepciones actuales y su vigencia o no hoy en día (¿Alguien me ayuda a analizar las brujas, las princesas y las hadas de los cuentos desde una visión social? ¡Pero sin clichés ni ismos!), aquí les dejo con Momo, la novela de Michael Ende (en la edición de Loqueleo Santillana con las ilustraciones de Fernando Vicente, que siempre son un plus).
En este ya clásico libro, su protagonista, esa niña despierta que tantas cosas representa y tantos estudios ha llenado, me evoca la representación de la rebelión de la humanidad ante las sociedades grises y enfermas como esta. Porque Momo, al fin y al cabo, no deja de ser una alegoría de esas heroínas que pueblan el ideario clásico (y en las que no se fija nadie), una cría insignificante que se enfrenta a lo injusto desde un prisma tenaz e inteligente.
Publicada en 1972 y subtitulada en castellano Los hombres de gris (Nota: yo siempre he preferido el título completo en alemán, que viene a decir algo así como Momo o la extraña historia de los ladrones de tiempo y de la niña que devolvió el tiempo a los hombres) cuenta la historia de un mundo gobernado por el llamado Banco del Tiempo, una entidad que invita a los ciudadanos a ahorrar el tiempo supuestamente infructuoso, como el empleado para escuchar música, leer, dormir o simplemente imaginar. Todo ello gestionado por los llamados hombres de gris, que en realidad se dedican a consumir ese tiempo ahorrado por la gente en forma de cigarrillos y así sobrevivir. Pero Momo aparece en escena y con la ayuda de la tortuga Casiopea intentará devolver el tiempo a los humanos y de paso una vida mucho más agradable.
Muchos han visto en esta novela una alegoría sobre el consumismo y las sociedades capitalistas, y pueden que lleven razón. Otros la han tildado de surrealista y metafísica, algo en lo que también estoy de acuerdo. Lo único que puede decir este mero lector es que Momo, un poco alejada de ese triunfalismo subversivo de la LIJ, nos presenta un retrato veraz de la metamorfosis infantil que se balancea entre lo tangible y lo onírico. Una especie de sabia tranquilidad que, encerrada en el cuerpo de una niña, resuda templanza por los cuatro costados.
y para terminar, una frase de este libro que siempre me ha revuelto. ¡Qué mejor despedida...! 
Si los hombres supiesen lo que es la muerte ya no le tendrían miedo. Y si ya no le tuvieran miedo, nadie podría robarles, nunca más, su tiempo de vida.

miércoles, 25 de noviembre de 2015

De modernos y ciudades


Los modernos, esos seres que se tiran el pisto escuchando a grupos de pop incomprensible, insufrible y unos cuantos “in-” más, durante la noche del sábado (no sé cómo hay humanos que prefieren sonidos más aptos para planchar la oreja que para romperse la cadera a ritmo de percusión... perdónenme, soy un muermo trasnochado), me tienen un poco harto con tanta tontería. Ahora les ha dado por el “brunch”, las gafas de piloto, las tapas de mírame-y-no-me-comas, las zapatillas de los ochenta, los restaurantes con mesas altas (¡qué incomodas, joder!), la cerveza artesana, el pan elaborado con masa madre y harinas ecológicas, por los I-phone®, el deporte de última hornada (ahora toca boxeo, danza o pilates, ¿no?), la fotografía, las barbas cuidadas y los bigotes (¡viva la homogeneidad!), el voto que les sugiera “la 6ª” (la unión televisiva es lo máximo), los colegios concertados (sobre todo si son para sus hijos... no olviden que el poso de la clase media siempre se hace patente) y los seguros médicos de todo tipo (¡Dientes, dientes!). Si a todo ello unimos que pocos se dedican a apretar tuercas o recoger ajos, el resultado es aburrido de más, putrefacto diría yo...


Defino como un coñazo el perder tanto tiempo para demostrar que uno está en la onda, que se identifica con las corrientes y que está inserto en la sociedad (si es global y echamos mano de tuiter e instagran, mucho mejor, que el feisbuq ya está muy visto...), en pocas palabras, que se ha metido en una secta solamente alcanzable por cuatro pijos sin flequillo (no sé cuales me producen más ventosidades). Eso sí, a lo que no se resigna ninguno es a abandonar los derroteros de las ciudades (no está hecho el mundo rural para el paladar del moderno a pesar de que muchos se dejen llevar por esa aventura de la vida tranquila en los pueblos de la sierra), unos lugares donde reside el germen de lo multi-kulti, nos ofrecen un amplio abanico de espectáculos, de oferta cultureta y asociaciones de gafapastismo.


Así pasa, que la Abuela en la ciudad de Lauren Castillo (un libro para primeros lectores editado en castellano por Corimbo y laureado por la ALA este año con una mención de honor en su premio Caldecott), es mil veces más avanzada que su nieto (no se crean que es la única, porque la mía, también de ciudad y con ochenta y nueve años, le da mil vueltas a muchos de veinte), un chico de pueblo al que todo lo que tenga que ver con el tráfico, el gentío o las luces de neón, le da verdadero pavor. Menos mal que esta mujer, más moderna por vieja que por moderna (la vida y aguantar a tanto gilipollas, jeta, gandul, cacique y meapilas, abre la mente y nos permite actuar con libertad), le cuelga una capa maravillosa que le hace ver la ciudad como lo que es, un sitio generoso en el que crecer lejos de todo prejuicio.


Ya saben, sumérjanse en las ilustraciones de este título poco pretencioso pero muy evocador y entrañable, y disfruten del otoño de las ciudades sin tantas etiquetas.

lunes, 23 de noviembre de 2015

De hijos que superan las trabas


Esto de la docencia, como cualquier otra profesión en la que tratas con mucha gente al cabo del día, véanse camareros, médicos, recepcionistas o peluqueros, capacita a uno para dar un perfil sociológico y psicológico del pueblo llano. En el caso de los maestros, al ser expertos en chiquillos, desarrollamos la virtud (o el vicio) de saber como son los padres a tenor de sus hijos. Ríanse pero yo a veces tiemblo cuando los alumnos me hacen saber que sus padres me van a visitar, sobre todo si el adolescente en cuestión tiene algún problemilla de salud y me toca hacerles una cura de tremendismo. Al día siguiente llegan los progenitores, los saludo cortésmente, y me explican su problema ente una mezcla de conmiseración, una pizca de pena, dramatismo y lógica preocupación (los menos acuden a la falsa tranquilidad; incomprensible sujetar tanto las emociones...). Después del desahogo me toca a mí. Les digo que lo comprendo todo, que acudan a la calma y que tengo en cuenta el problema de su vástago, no obstante les animo a que abran el puño y dejen que su hijo/a aprenda a convivir con sus problemas, que coja la ayuda prestada pero que no abuse de ella, que tropiece, que se levante y que se esfuerce, en dos palabras, que viva. Pese a la cara de satisfacción, nos despedimos cordial y amistosamente, y se van con su desazón a casa porque, claro está, un hijo es un hijo.


Lo mejor de todo viene cuando el alumno en cuestión se deja sus prejuicios a un lado, saca el guerrero que todos llevamos dentro, se pone al quite y aprueba todo con unas notas más que aceptables dándonos una lección de superación personal a todos los que formamos parte del día a día y todo queda en agua de borrajas.


Esa es la historia que Nono Granero (me encanta la simbiosis entre humor y realismo que alcanza este hombre) y la editorial Milrazones en su sello infantil, Milratones, nos traen este otoño (¡por fin han llegado las castañas!) con Bolobo. Bolobo es un primate sin brazos con unos padres histéricos, temerosos, superprotectores, resignados y plastas (¡Esos padres también me chiflan! ¿Es que has trabajado conmigo, Nono?), que se dedican a contar lo “dura” y “difícil” que es la vida de su hijo hasta que Bolobo y el tiempo, traen otra perspectiva a sus cabezas... Resumiendo, que cuando alguno de estos familiares acuda a verme, voy a hacer hueco entre la montonera de libros y papeles de mi mesa, acercaré una silla mullida, le pondré este libro ante sus ojos y le diré: lea.


viernes, 20 de noviembre de 2015

Hablando de LIJ con... Miriam Abad


Román Belmonte. Al final te has atrevido a este tándem para dar una visión de la LIJ desde tu posición como lectora y madre, algo de lo que me alegro soberanamente... Si alguien me preguntara porqué te he elegido a ti y no a otro/a para esta conversación, seguramente le podría contar que nos conocimos a través de los libros, adornar el relato con toda suerte de filigranas y muchos fuegos de artificio, para terminar diciendo que fui el padrino en el bautizo de tus hijos (ríete...), pero es más fácil decir que me ha salido de esa parte -tan albaceteña- llamada pijo y dejarse de vana literatura. Pero ahora te pregunto yo: ¿Por qué has accedido a este toma y daca en torno a los libros para niños?
Miriam Abad. Porque me lo pides tú, en agradecimiento a tu blog que me ha acompañado y guiado durante muchos años, y porque cualquier promoción de la literatura infantil en particular, y de la literatura en general, me parece poca.
R. B. Aunque el vocablo “monstruo” tiene para mí un hondo significado, con frecuencia lo utilizo para referirme a los adultos que leen literatura infantil como tú y yo... ¿Crees que todos podemos ser “monstruos”?
M.A. Sí, sólo hay que conectar con el niño que todavía somos; algunos más a flor de piel, otros en lo profundo, pero todos tenemos una tecla que lo activa.
Para mí ser un monstruo, o hacer el monstruo, es ser Max durante un rato: navegar lejos de las obligaciones y mandatos diarios, encontrar mundos diferentes donde te olvidas de quién eres y gamberreas con otros como tú por toda la isla imaginaria, y después, regresar a casa.


R.B. Para unos monstruos (los menos), la lectura de obras infantiles es un vicio que se mantiene desde la infancia, pero la inmensa mayoría de ellos olvidaron en un rincón al niño que llevaban dentro para seguir creciendo, hasta que, un día, algo hizo brotar de nuevo ese lado infantil... ¿Que te devolvió a la literatura infantil?
M.A. Mi niña interior estaba latente. Seguía conectada con ella porque siempre me han gustado los dibujos animados, y porque alguna vez me llegaba la referencia de algún libro infantil. Pero, como muchos padres, mi conexión total llegó cuando tuve que elegir libros para mi primer hijo. Me puse a navegar en la red y encontré una literatura que conectaba visual y emocionalmente con mi mundo interior. Un formato al que llamaban álbumes ilustrados, que rompían corsés antiguos, y editoriales, bibliotecas y librerías que apostaban por él.
Y a ti, ¿qué libros te convirtieron en un monstruo?
R.B. (Risas) Aunque soy de esa minoría que nunca ha dejado de ser un monstruo, he de admitir que durante la adolescencia me acerqué más a los prejuicios y me dejé llevar por el lado más adulto y triste de la vida, pero como no sabía vivir con él, preferí retornar a mi otro yo, uno más infantil que, entre otras cosas, siempre ha estado unido a un volumen de los cuentos de Andersen ilustrado por Apel.les Mestres y que mi padre compró en uno de esos montones de libros que, de vez en cuando, vendían por cuatro pesetas en las extintas Galerías Preciados (esas cosas maravillosas de los ochenta) y que no sé cuántas veces habré leído... También guardo como oro en paño otros, como la Enciclopedia de las cosas que nunca existieron de Page e Ingpen, un ejemplar de Cuentos del Río Amur de la colección “Tus libros” de Anaya (ediciones geniales, por cierto), otro de Cuándo los borregos no pueden dormir de Satoshi Kitamura, algunos libros informativos de Richard Scarry (hechos auténtico bicarbonato), Un año en la granja de los Provensen (¿por qué nadie reedita estas obras de arte?), un ejemplar de El maravilloso viaje de Nils Holgerson a través de Suecia con una tipografía horrible y que todavía mi madre se pregunta cómo fui capaz de leerlo, El zoo de Pitus de Sebastiá Sorribas, que me regaló una tía mía, y poco más... En realidad no guardo muchos libros de la infancia..., mi padre es defensor acérrimo de las bibliotecas públicas y mi hermana y yo nos pasabamos las horas en la sala infantil de la BPE de Albacete. Ahora que lo pienso, creo que mi padre es quién me convirtió en un monstruo y eso es maravilloso.




M.A. Y, aparte de la literatura LIJera, ¿qué otros géneros te gustan?
R.B. He leído de todo. Cómic (me encanta y hablo poco de él), cuentos, novela, ensayo, teatro... En mis años de instituto me dio por el realismo mágico latinoamericano y la literatura española del siglo XIX y XX. Los de ciencias siempre hemos estado un poco acomplejados en materia literaria y decidí ponerme al quite con Baroja, Delibes,Valle-Inclán, Galdós o Cela. Luego vino mi etapa universitaria y el metro de Madrid, un medio de transporte al que le debo mucho. En él he leído gran cantidad de “best-sellers” (así pude saborear la basura y, de vez en cuando, me sigo concediendo el capricho para no perder la costumbre y estar en la onda), grandes autores como Cervantes (mi madre se partía de risa leyendo El Quijote, así que me dio envidia y me tiré a la piscina), Dickens (todo el mundo debería leer Grandes Esperanzas) o Shakespeare (nunca imaginé que El mercader de Venecia y Macbeth me gustarían tanto), y muchos libros sobre biología (es a lo que me dedico) o de divulgación científica (te recomiendo uno cojonudo que me estoy leyendo ahora: Medicamentos que matan y crimen organizado, de Gotzsche). Una vez que terminé la carrera y empecé a opositar, me sumergí en este mundo de los libros para niños en los descansos y tiempos muertos, decantándome por clásicos de la literatura juvenil que no había leído como El jardín secreto, El último mohicano, Tarás Bulba, La isla del tesoro, o las novelas de Verne, así como estudios de LIJ o sobre la lectura en general. ¡No me he privado de nada! (Risas).
Aunque después de esta perorata nadie me crea (¡¿para qué contaré estas cosas?!...), no me considero un gran lector, sino más bien uno mediocre. En cambio, sí podría autodefinirme como una persona curiosa, algo que tenemos todos los lectores... ¿Añadirías alguna cualidad más en un lector potencial?
M.A. Es que sin curiosidad no hay nada… Pero además, se necesita saber estar con uno mismo, aislado y concentrado en algo. Y como cualquier habilidad, se requiere práctica. Alguien que lee una vez al mes, deja la lectura al primer renglón. Es un poco como subir una montaña. Uno tiene que subir muchas lomas, muchas colinas, para subir después una cima más alta.
R.B. Dice mi abuela que el que no tiene hijos los mata a palos... (¿Será por eso que la letra con sangre entra?...). Cómo madre, ¿piensas que crear cierto hábito lector en los hijos es fácil o difícil? Cuéntame algunos de tus recursos para conseguirlo...
M.A. No es difícil, pero es una tarea a largo plazo... Los padres nos obsesionamos con que los niños aprendan a leer (como con muchas otras cosas) y, una vez que leen, creemos que ya han alcanzado la meta, pero no es cierto, porque sólo se aprende a leer cuando se comprende y se adquiere una cierta velocidad lectora. Acompañarles es fundamental: leerles a la hora de acostarse, pero no sólo cuando son pequeños, sino también cuando son mayores y saben leer solos; escucharles leer en alto para que obtengan soltura y lleguen a entender lo que leen; llevarles a la biblioteca y a la feria del libro; proponerles lecturas y, muchas veces, no sólo las que nos gustaban a nosotros de pequeños (aunque, también), sino otras más actuales; llevarles a escuchar narradores para que aprendan a amar una buena historia, porque al final los buenos libros son eso, gente que nos cuenta una buena historia que nos impacta, conmueve y entretiene, etc.
R.B. Como adulto, ¿qué echas de menos en los libros infantiles?
M.A. Echo de menos personajes femeninos no dirigidos a lecturas para niñas. Seguramente esto es reflejo de nuestra sociedad en la que el protagonista parece que tiene que ser masculino para que le interese al público. Y echo de más, cientos de expositores llenos de libros rosas y de repetición hasta el hastío de un modelo que ha tenido éxito... ¿Y tú?¿Cómo ves la salud de nuestra literatura infantil?


R.B. Te seré sincero (no sé si hay gente preparada para leer esto, pero da lo mismo). La LIJ española actual tiene una cara entre enferma y aburrida. Me explico... A pesar de la enorme cantidad de títulos que salen al mercado, encuentro poca novedad bajo el sol, poca revolución literaria, algo que tiene mucho que ver con el “todo vale” y con el “yo también quiero mi trozo del pastel”. Cabría esperar que a mayor producción, mayor cantidad de alternativas, pero no ocurre así..., si lo piensas bien, se repite muchísimo la misma fórmula: ilustradores, escritores y editores van en busca de las ventas, algo que nos aleja de la Literatura con mayúsculas y nos acerca a la moda literaria y la mercadotecnia (tanto en libros para adultos,como en libros para niños, la realidad es la misma). Por ejemplo, si hace años te dedicabas a la moralina y los valores, te hacías de oro, si hoy envías a un editor un proyecto en el que no utilices ni surrealismo, ni “nonsense”, ni emociones, te comes una mierda, y dentro de cinco años cambiarán las tornas, triunfará el realismo y todos se subirán al barco... Una generalización que me pone enfermo porque los libros deben ser plurales, diversos y ricos, no un producto hecho ad-hoc. Así pasa, que la Literatura, algo que no debería estar encorsetado, acaba al final maniatado, y lo que se supone que debería traducirse en Cultura, se transforma en mero entretenimiento en el que cabe todo... Pero no le echemos toda la culpa a la industria del libro. No hay que olvidar que el consumidor tiene gran parte de culpa en este meollo y que trata al libro como otro objeto de consumo rápido, de mero esnobismo; es como la camiseta que muchas veces compramos por un capricho, nos ponemos una vez y la olvidamos en un armario. En conclusión, la LIJ española de hoy, excepto en contadas ocasiones, me resulta repetitiva y cansina. Quizá sea un reflejo de la sociedad enlatada que vivimos, de las necesidades creadas y de la contaminación del capital. Quiero algo más jevi, más auténtico... En fin, cambiemos de tema que me cabreo...
Todos los adultos hemos censurado alguna vez los desmanes infantiles (ya sabes que nos encanta tratar a los niños como cachorros desvalidos y sin juicio)... ¿Cómo ves que algunos libros infantiles aboguen por el libertinaje?
M.A. No sólo pasa en los libros, sino en cualquier expresión cultural. Los padres tendemos a buscar modelos que los niños sigan, y nos olvidamos de la creatividad, la imaginación y la risa. La literatura, la creación, es libertad, es hacer lo que no podemos hacer diariamente, es el mundo de los sueños.
Hace un año leí un artículo de Santiago Roncagliolo sobre Doraemon. Santiago odiaba el personaje de Nobita porque no le parecía un modelo a seguir; simplemente no entendía que a los niños les encante imaginar el poder vivir como Nobita, aunque saben que es un vago redomado y un enredador que está siempre metiéndose en líos. Pero bueno..., todos tenemos nuestras limitaciones. Yo les compré una vez un cómic que acabé poniendo un estante más arriba, porque era totalmente escatológico y me superaba, aunque mis hijos se partían de risa con él.
R.B. Para tí, ¿qué cualidades debe reunir un buen álbum ilustrado?
M.A. Creatividad y emoción. Si además te hace reír, entonces, tiene un plus. Por cierto, nunca hemos hablado de tus ilustradores favoritos. ¿Cuáles son? Esos que te emocionan y te llenan...
R.B. (Esto parece el entrevistador entrevistado) (Risas) Soy muy ecléctico en cuanto a ilustradores se refiere, pero si tuviera que elegir algunos por el conjunto de su obra te diría que me decanto por el trabajo de muchos ilustradores de finales del siglo pasado. Soy fanático de Quentin Blake (he de admitir que la empatía que desprende en El libro triste es insuperable), admiro la capacidad de síntesis de Leo Lionni (¡Me encanta Frederick!), la línea quebrada de Satoshi Kitamura tiene un no-sé-qué especial, el misterio que transmite Chris Van Alsburg es sobrecogedor y muy reconocible (Jumanji, El expreso polar o Los misterios del Señor Burdick son los mejores ejemplos), el potente mensaje de Anthony Browne (véanse Un paseo por el parque, Gorila o El túnel) no hay nada más evocador que las transparencias de Lisbeth Zwerger (¿Has leído El regalo de los Magos?), el equilibrio de Tomi Ungerer (sólo hay que fijarse en Los tres bandidos, Otto o El hombre luna) y la brillantez del gran Maurice Sendak, del que sobran los ejemplos. 



También tengo mis favoritos de las corrientes actuales, entre los que destaco el color de Beatrice Alemagna, el desenfado de Oliver Jeffers, la elegancia de Rebecca Dautremer, el virtuosismo de Peter Sís, la narrativa de Serge Bloch, o lo desconocido de Shaun Tan. Hay otros ilustradores que encuentro sensacionales pero de una manera más puntual en algunas de sus obras como pueden ser Kveta Pakovska, Quint Buchholz, Wolf Erlbruch o Svjetlan Junakovic.
Por lo general me gusta todo lo que tenga que ver con la ilustración ya que soy una persona bastante visual.


Hablando de favoritos, nunca he dicho que mi biblioteca favorita es la pequeña sala infantil que hay en el Parque de Abelardo Sánchez de mi ciudad (hay que hacer una cuña promocional...), una biblioteca minúscula y exclusiva para niños. ¿Cuál es la tuya?
M.A. Mi biblioteca favorita es la Biblioteca Antonio Mingote de la Comunidad de Madrid, porque tiene joyas de literatura infantil y una comiteca estupenda. En mi barrio no hay bibliotecas y tengo que hacer un peregrinaje que merece la pena. Yo también soy amante de las bibliotecas. Son lugares mágicos, democráticos y de cultura. Lo único que echo de menos es que haya salas en las que se pueda hablar. Porque además de salas para que la gente estudie y lea en silencio, debería promoverse salas de trabajo en equipo y salas de lectura en alto. ¿Qué echas de menos tú?
R.B. Pues también un poco de actividad ¿no...? Creo que las bibliotecas, a pesar de estar adaptándose a las nuevas necesidades de los usuarios, siguen ancladas en una concepción un tanto antigua y deben buscar nuevas fórmulas que atraigan al público hacia ellas. Aunque la formación de usuario es importante, creo que un poco de dinamismo vendría bien, tanto a estos espacios, como a sus trabajadores. Charlas, actividades de investigación, presentaciones de libros, obras de teatro, conciertos o chocolate caliente caben en las bibliotecas, y nosotros, en ellas.
Y para terminar, invocaré a algunos de los verbos que, según Pennac, no aguantan el imperativo. En este caso, he elegido tres: jugar, comer y leer. Es por ello que: ¿A qué juegas? ¿Qué te encanta comer? ¿Y qué álbum ilustrado leerías una y otra vez?
M.A. No juego casi, creo que me lo tengo que hacer ver... Me encanta comer fresas con nata. Se va a hacer un poco largo si detallo los álbumes que leería una y otra vez,… intentaré dar unos pocos de diferentes niveles: los álbumes de Christian Voltz, los de Arnold Lobel, Voces en el parque de Anthony Browne, El pato y la muerte de Wolf Erlbruch, Inmigrantes de Shaun Tan, El oso que no lo era de Frank Tashlin, Corre, corre, Mary, corre de N.M. Bodecker y Erik Blegvad, por supuesto Donde viven los monstruos de Sendak, y muchos más.




Miriam Abad Peña nació en Madrid, allá por 1969. Guarda de su infancia la curiosidad de aprender y el amor por la naturaleza y la cultura. Es lectora por condición paterna y materna, por los cuentos que le contó su abuela, por los libros que le prestó su amiga Macu en la adolescencia, por la pasión de sus profesores de Literatura del Instituto Isabel la Católica, y por tantos que contribuyeron a su formación como lectora. Volvió a la Literatura Infantil cuando nacieron sus hijos, Martín e Inés, y gracias a las Bibliotecas Públicas accedió a una gran variedad de libros que nunca hubiera podido pagar de su bolsillo. Todos ellos le sacaron de su mundo gris de oficinista hacia el lugar "Donde viven los monstruos". Piensa que casi todo se aprende de los demás y viceversa, algo que espera que sus hijos digan también de ella. En la foto aparece leyendo uno de sus libros favoritos: adivinen ustedes cuál es.

jueves, 19 de noviembre de 2015

De plantas y generosidad


Muchos somos los que tenemos un espacio, una afición o un momento en el que desconectamos de todo y de todos. Mientras algunos prefieren perderse entre libros, otros cogen un lápiz y buscan caminos libres y desconocidos sobre el papel, y los más frikis prefieren sumergirse en los videojuegos (todo vale para creerse un superhéroe), un servidor gusta de pasar la mañana acarreando tiestos, limpiando broza o regando el vergel que habita dentro y fuera de su humilde hogar.
La verdad es que las plantas, esos seres que muchos infravaloran a tenor de su inmovilidad (ya sabemos que los cuadrúpedos tienen mucha más aceptación..., todavía no sé porqué...), me transmiten mucha más paz que la mayor parte de los animales (sobre todo si estos sienten pasión por la parte bélica de su cerebro), mucha más belleza (uno, que nació hedonista...).


Seguramente pensarán en lo inofensivo de la clorofila (conozco plantas que podrían aniquilar a un mamut con sólo rozarlo... y no me refiero precisamente a la leyenda de las especies carnívoras. ¡Cuánto daño han hecho los dibujos animados a nuestro ideario científico!), en lo aburrido de su existencia (¡cómo si no hubiera señales de tráfico de carne y hueso!), pero cuando ese veneno llamado botánica te punza (y no me refiero a algunos metabolitos neuroactivos...), quedas intoxicado de por vida.
En esta oda al mundo del tallo, la raíz y las hojas, también han de considerar las bonanzas de las plantas (mucho mayores de las que piensan...), a saber: el algodón de sus sábanas, la madera de sus sillas, el café o el cacao de las mañanas, el pan nuestro de cada día y el caucho de las ruedas del coche son claros ejemplos de productos de naturaleza vegetal que nos hacen mejor la vida.


No lo olviden, el hombre ha estado muy ligado al mundo vegetal desde la antigüedad, no sólo de una manera práctica, sino también lúdica.... Bosques, prados y jardines son los lugares de recreo de niños, jóvenes y ancianos desde que el mundo es mundo (más todavía desde el Carbonífero). Largos paseos acompañados del romero o la lavanda, bajo la sombra de los tilos, pisando las hojas caídas de los plátanos o sesteando bajo la sombra de un sauce llorón, dejamos pasar el tiempo acompañados del rumor de la savia de los árboles.
Es por eso que hoy, acompañado de El árbol generoso, el clásico de Shel Silverstein (reeditado esta vez por Kalandraka) que rinde un sentido homenaje a los árboles, a los caminos paralelos y al ciclo de la vida, haré gala de fitófilo empedernido y defensor de la espesura.
Y por favor, no me sean rancios, si no tienen una planta en su casa, ya pueden acudir a algún vecino y pedirle un esqueje (jamás he comprado una), que la vida sin plantas, es menos.


lunes, 16 de noviembre de 2015

Poesía visual en vez de dolor...


Miguel Pang. En: Ferrada, María José. 2015. El árbol de las cosas. Ilustraciones de Miguel Pang. A buen paso.

Tras las grandes guerras del siglo XX, hemos dado paso a los micro-conflictos del nuevo milenio, unos que se caracterizan por ser menos grandilocuentes (¿Para que cargarse a un millón de golpe cuando matarlos poco a poco da el mismo resultado?), pero igualmente eficaces para manejar el cotarro en aras de la buena marcha de la industria (armamentística, energética,..., pónganle el adjetivo que más les (dis)guste...). Si a todo ello unimos el poder de los medios de comunicación y su eco en las redes sociales y la macroeconomía, la cosa toma un cariz un tanto extraño que se traduce en toda suerte de dimes y diretes (¡Hablar por no hacer! ¡Qué coñazo!), rezos pseudo-religiosos (Lo de que los ateos conjuguen en feisbuq el verbo inglés “to pray” para hacer solidaria gala, me ha dejado pasmado), locuras progresistas (he visto como algunos se tapan los ojos ante los fallecidos en Francia este fin de semana, pero sí lloran a los asesinados en el Líbano... ¡más ojiplático todavía!... ¿Acaso no todas las vidas humanas valen lo mismo?), cinismo político (Ahora que la cosa se ha ido de madre, muchos se acuerdan del “Estado islámico” cuando ellos mismos favorecieron el ascenso de este régimen en Oriente Medio para controlar una zona de alto interés estratégico) y expiación humana (¡Dejen de aleccionarnos y decir gilipolleces en tuiter, por favor!..., al único cielo que ascenderán con tanto falso buenismo es al de la estulticia).


Ximo Abadía. En: Abadía, Ximo. 2015. El inventor de pájaros. SM.


Mariona Cabassa. En: Skármeta, Antonio. 2015. La flor azul. Ilustraciones de Mariona Cabassa. Libros del Zorro Rojo.

Mientras la gente sigue con sus dogmas (no sé porqué tanto hablar de cristianos o musulmanes, cuando parece que cada uno tiene su propia religión e intenta meterla con calzador en la mollera de otros... Abnegación lo llamo), yo prefiero decantarme por la auto-crítica (Después de muchos años de desencanto he decidido que es mejor pensar y actuar en consecuencia en la vida diaria, que votar) y por un poco de belleza visual, y traerles en este lunes grisáceo una serie de imágenes pertenecientes a cuatro hermosos libros que se acercan más al espíritu que al cuerpo (Nos iría a todos mejor si en vez de tanto culto a las creencias y convicciones, nos dedicáramos a ser libres y no maniatar el pensamiento de otros aunque este fuera diametralmente opuesto al nuestro), para quitarnos de la mirada tanta sangre y dolor, y pensar que, por una vez, el hombre sabe construir mundos paralelos y llenos de vida, que, al fin y al cabo, es una de las funciones del Arte, llámese este ilustración o literatura.


Felicita Sala. En: Mattiangeli, Susanna. 2015. Crescendo. Ilustraciones de Felicita Sala. La Fragatina


Ximo Abadía. En: Abadía, Ximo. 2015. El inventor de pájaros. SM.


Mariona Cabassa. En: Skármeta, Antonio. 2015. La flor azul. Ilustraciones de Mariona Cabassa. Libros del Zorro Rojo.

Así que, piensen en positivo y enriquezcan el alma, con eso y algo de educación, podremos algún día cambiar la naturaleza de nuestra especie.


Felicita Sala. En: Mattiangeli, Susanna. 2015. Crescendo. Ilustraciones de Felicita Sala. La Fragatina.


Miguel Pang. En: Ferrada, María José. 2015. El árbol de las cosas. Ilustraciones de Miguel Pang. A buen paso.

viernes, 13 de noviembre de 2015

De poemas que vuelan...


El otro día me pasó una cosa bastante curiosa... Andaba yo revisando un cuaderno lleno de ideas, tontunas y garrapatos, cuando de repente, me encontré con un poema allí varado. Lo leí en voz baja y, encontrándolo hermoso, lo copié en un pizarrín que tengo en la cocina para alegrarme con él las mañanas. Al día siguiente tuve curiosa visita que, corta ni perezosa, captó una instantánea y se llevó mis palabras sin mero consentimiento (tenía que haber sacado la escopeta ante tal hurto descarado, pero si me pongo en mis trece, de seguro que me toca un disgusto...). Y cual ha sido mi sorpresa hoy, cuando he encontrado mis versos saltando en las redes sociales.
Moraleja: Vigilen los bellos poemas o pueden salir volando.

La vida del poema
que escribió Javier
es difícil de creer.

Nació en una hoja en blanco
hacia finales de marzo.
Lo escribió con mucha prisa
para entregárselo a Elisa
quien lo guardó en la carpeta
que le regaló a Teresa.

Llegó a su casa la niña
y de inmediato pensó:
Para que nadie me riña
he de ponerme enseguida
a estudiar la lección.”

[…]

Pepe Serrano
La vida de un poema.
En: Cocina rápida para tortugas.
Ilustraciones de Mar Villar.
2014. Nalvay : Sariñena (Huesca).


jueves, 12 de noviembre de 2015

Corazones descongelados


Cada día que pasa, nuestros corazones están más y más congelados. Seguramente no tenga mucho que ver con la temperatura ambiental, sino con otros factores más etéreos y trascendentales... Veo poco calor en las miradas de los que me rodean, como si una bruma gris apagara el brillo de sus ojos, como si un viento helado ralentizara el latido de nuestros corazones. El amor ya no es puro amor, queda poca amistad sincera, en los centros de trabajo abunda la falsedad y las miradas de soslayo, y sólo hace falta girarse, para constatar que muchos te eliminarían del mapa con un solo garbilote. El desencanto y la apatía lo tiñen todo y, cada mañana, nos levantamos con los ojos más sucios y el latido más desconfiado.
Si antes vivíamos temerosos de Dios, a expensas de los señores feudales y los monarcas absolutos, ahora andamos sujetos a los caprichos de los políticos, las multinacionales, de la moda, de las farmacéuticas, los avances tecnológicos y de los psiquiatras. Algo que se traduce en estereotipos donde la codicia, la envidia y la vida eterna nos juegan un flaco favor, dejando a un lado nuestro mismo devenir, y, lo que es más importante, nuestra propia felicidad. Seguramente todo tiene mucho que ver con el estilo de vida occidental y el desmembramiento de una sociedad cada vez más individual, pero deberíamos poner freno a esta contaminación emocional que tanto nos aísla de los que nos rodean (y no me refiero a los hambrientos del tercer mundo o las casas de misericordia, sino a sus hermanos, sus propios vecinos, los alumnos de turno o ese chico tan majo que le sirve el café de buena mañana).
Si quieren intentarlo, aquí va una de mis recetas... Apaguen sus teléfonos móviles y mírense a los ojos, sean corteses y educados, regalen cariño y sepan recibirlo, preocúpense por sí mismos, no deseen el mal ajeno, eviten que lo cotidiano les haga un nudo en la tripa, acostúmbrense a dar las gracias y pidan las cosas por favor, sonrían, disfruten del día tan hermoso que ha salido, lentamente, sin prisa..., para que el poder no siga creciendo a sus anchas y los poderosos sean cada vez menos poderosos.
Y si todavía no andan convencidos, les recomiendo El deshielo, un maravilloso libro ilustrado de Riki Blanco y editado por A buen paso (N.B.: No sé por qué ha pasado tan desapercibido en el mercado de novedades de este otoño, cuando pienso incluirlo entre los mejores títulos del presente año sin un atisbo de duda), y que, a mi juicio, recoge todas estas ideas (y muchas más), del que no he podido encontrar más ilustraciones para acompañar esta entrada (¡ayuda, "plis"!) y al que sólo le pongo una mínima pega (Interesados: escriban al maestro armero de este lugar).
Léanlo y esperemos que poco a poco, ese hielo, como la nieve glaciar que cubre los picos inmaculados, se vaya fundiendo en el ligero correr que es la vida, para que, a modo de agua cristalina, sobrepase los muros que no nos dejan ver a los demás, para que rebose adentro de las personas.


martes, 10 de noviembre de 2015

¿Necesitamos ilustradores?


Estaba esperando que El libro sin dibujos de B. J. Novak se editara en castellano (ya apunté hace cosa de un año AQUÍ, la necesidad de traducirlo a nuestro idioma, algo de lo que se ha encargado la editorial Timun Mas), para hacerme una pregunta: ¿Son necesarios los ilustradores en la LIJ?
Si atendemos a los resultados que este libro ha tenido entre los lectores infantiles de habla inglesa, podríamos afirmar rotundamente que NO (¡Asústense!... je, je, je). Otra cosa es que nos pongamos a hurgar más profundamente (yo no sé si podré escarbar mucho, dado que tengo una buena tanda de exámenes que corregir...) y veamos que la respuesta no debe ser tan categórica. Desmenucemos el asunto...
El autor (una de esas personas un tanto polifacética) llama la atención del público utilizando un doble juego en un formato singular... Por un lado supone un desafío para el lector y el editor el tenerse que enfrentar a un libro “diferente”, “difícil” o “poco comercial”, y por otro, decide darle un valor extremo a la palabra, volver a la literatura pretérita, defender la esencia literaria, llamando la atención de la sociedad y exclamar que nos estamos alejando del lenguaje verbal para acercarnos a otro tipo de lenguajes.


También hay que apuntar que, a pesar de prescindir de las ilustraciones, el editor no ha eliminado totalmente la imagen en esta obra, ya que, cuando abrimos lo abrimos, nos encontramos con diferentes tipos de tipografía (para ser más exactos las familias Sentinel, Gotham y Visitor BRK Ten Pro), con otra serie de símbolos (véase la escritura musical), así como un variado uso en el tamaño de la letra y el juego de colores (negro, rojo, azul o naranja), lo que nos viene a decir que también busca cierto lenguaje visual que conecte con el lector (algo similar a lo que haría un orador o narrador con sus oyentes mientras cuenta una historia dramatizada) y que, aunque se aproxime más al diseño que a la ilustración, se puede traducir en una intentona de lenguaje artístico.
Pese a ello, Novak consigue su propósito y nos (al menos a un servidor, no sé a ustedes...) hace cuestionarnos muchas cosas... ¿Hemos abandonado la verbalidad en pro de otros formatos menos enriquecedores? ¿Nos distraen las ilustraciones de la verdadera esencia del libro? ¿Es más libre el lector cuando no encorsetamos su respuesta frente a los estímulos verbales?


Creo firmemente que en ciertas ocasiones la imagen trastoca profundamente el sentido literario de las cosas, léase como ejemplo la gran influencia de la estética Disney© en la percepción de algunos cuentos de hadas por parte de los niños, como Blancanieves o La sirenita, y obras clásicas como La bella y la bestia y Peter Pan y Wendy... (¿Qué niño/joven de hoy día piensa en Pinocho tal y como lo concibió Collodi?...).
También pienso que actualmente hay un exceso de cultura visual y que el encumbramiento de la imagen empieza a limitarnos más de lo que convendría, sobre todo a la hora de interpretar los mensajes verbales (miramos más que leemos y eso, a veces, no es bueno, sobre todo si se trata de un certificado de Hacienda o de la citación en un juzgado...).
Hay que apuntar además que el uso de las ilustraciones no es la única estrategia de apoyo a la hora de mediar por y para el libro, sino que la oralidad, la escritura, la lectura en voz alta, o compartir las experiencias de lectura entre iguales, también desempeñan un papel fundamental en todo el proceso, por lo que no estaría de más diversificar los productos destinados a los primeros lectores, algo por lo que aboga Novak con este libro lleno de blancura, humor y ligero sarcasmo.